Y... ¿quién me mima a mí?
¿Qué me decís del trauma que supone mirarte al espejo por la
mañana y encontrarte con que ese gremlin que te mira fijamente eres tú? Te
duchas, te vuelves a mirar, y decides que lo mejor va a ser camuflarte con un
baño de maquillaje, a ver si aquello mejora. Y no lo hace. Sigues siendo un
gremlin, pero así como ‘churruscado’ una vez churruscada, te diriges a despertar a tus hijos, aquí
siempre pasa algo. Supongamos que el niño tiene fiebre. Tú eres una mujer con
muchos recursos: recurres a la súplica, y le ruegas a tu suegra que se quede
con él hasta que llegue la chica; a la chica, que venga antes para que se
pueda ir la suegra; al cielo, para que el centro de salud deje de comunicar;
a la ‘encantadora enfermera’, para que te dé cita a última hora y no pedir
permiso en el trabajo; a tu jefe, para que te deje salir antes porque la
‘encantadora enfermera’ ha pasado de ti. Y, entre súplicas, tú sigues
haciéndote la relajada. Y sales corriendo al pediatra, y llegas por los pelos, y te
dice lo del virus, y te manda no sé qué medicina y, cuando llegas a la
farmacia, han cerrado, y llamas a tu marido y le suplicas que cuando salga de
trabajar, si no le supone mucha molestia, se pase por una farmacia de
guardia, y entonces él te dice: “No voy a poder, es que tengo una reunión”. Y
le matarías, pero por teléfono no puedes, así que decides arrastrarte tú
hasta la farmacia de guardia. Y allí llegas tú con todo colgando; el pequeño, al que cuelgan los mocos, y el mayor, que se cuelga literalmente de tu manga. De la sillita cuelga tu bolso, la bolsa del bebé, la de gimnasia y la mochila del mayor – que este niño no crece porque el peso de la mochila se lo impide-. Entras en la farmacia y el espejo del fondo te enseña de nuevo al gremlin ‘churruscado’, pero como a trozos, porque el maquillaje también se ha descolgado. Superada la prueba, tus colgajos y tú regresáis a casa. Pero la
autoestima decidió quedarse en la farmacia. Y bañas a los niños; ayudas al
mayor a hacer los deberes; le das la medicina al pequeño; les preparas la
cena; se la das; les acuestas y te tiras en el sofá. Y, para rematar el día,
al cabo de un rato llega tu marido a casa, con cara de agotamiento, y te dice
que no ha parado en todo el día de reuniones en la oficina, y que ha tenido
que comer con los compañeros en un restaurante de aúpa. Y te pegunta qué hay
para cenar y si no te importa poner a ti la mesa porque él está muy cansado.
Y ni siquiera pregunta por el niño, tu trabajo, la suegra, la chica, el jefe,
el médico, la farmacia... y remata diciendo que vaya pinta de gremlin
churruscado que tienes con el maquillaje derretido. Y al encender la tele,
aparece en un anuncio de compresas una señora súper organizada que te dice,
“Hoy me gusta ser mujer”. Y sin embargo yo. A veces, preferiría estar en la
piel de mi marido. |